domingo, 4 de diciembre de 2011

El Reinado de Isabel II

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ISABEL II. NO SE PUEDE REINAR INOCENTEMENTE – Isabel Burdiel

Isabel II. Isabel BurdielSiempre se ha dicho que Isabel II ha sido maltratada por la historiografía pero, lo cierto, es que del extenso catálogo de obras dedicadas a su real persona muy pocas merecen el calificativo de históricas. A poco más de cien años de su muerte, se pueden contar con los dedos de una mano las obras de verdadero carácter histórico dedicadas a la que fue la primera reina constitucional española. El resto de la producción bibliográfica sobre el personaje transita de la visión esperpéntica y grotesca que nos dejó Valle Inclán en La corte de los milagros, al relato erótico de Antonio Cavanillas, con un título, El león de ojos árabes, generosamente acogido en esta casa hislibreña, que no dejaba ningún resquicioa la imaginación.

Entre las obras de verdadero interés histórico sobre la reina apenas cabe destacar el libro de Carmen LLorca, centrado casi exclusivamente en el retrato psicológico de Isabel y el interesante trabajo de José Luis Comellas, que tenía al entorno político de su reinado como eje principal. Y, este estudio de Isabel Burdiel, focalizado en las circunstancias y acontecimientos esenciales que configuraron su personalidad; de cómo influyeron en su forma de ejercer el poder y de cómo contribuyeron al rotundo fracaso vital que supuso la pérdida de su trono.
Si algo distingue el libro de Isabel Burdiel y lo diferencia claramente de otros muchos sobre el mismo tema es el uso exhaustivo que hace de las fuentes documentales. Bien manoseados deben estar los legajos correspondientes del Archivo Histórico Nacional, del Archivo General de Palacio, de la Real Academia de la Historia y de varios ministerios clave en España y Francia. Este manejo de fuentes de primera mano no evita, sin embargo, que, en su conjunto, el libro de Burdiel nos muestre una imagen ciertamente esperpéntica de la vida de Isabel Luisa de Borbón y Borbón, nacida el 10 de octubre de 1830, hija legítima de Fernando y Cristina. Unas fuentes escasas en cuanto a documentos generados por la propia Isabel, que pudieran hablarnos más directamente de su propia persona y centradas en su mayoría en la documentación generada por su entorno, el coro, como lo llama Burdiel, que genera una imagen determinada. La única que procede de fuentes fidedignas y la única que un historiador puede generar de forma seria, lejos de chismorreos, rumores y leyendas.
Esa imagen o retrato nos muestra a una reina extraordinariamente ignorante; que jamás entendió las esencias del sistema liberal; con un sentido patrimonial de la corona; sin habilidad alguna para ejercer con mesura el alto grado de poder que le otorgaba el ordenamiento constitucional; con una agitada vida privada que la hacía víctima permanente del chantaje de las camarillas y de los ministerios; secuestrada emocionalmente por unos políticos y unos partidos obsesionados por controlar el poder que ella representaba; incapaz, en suma, de ejercer el poder real en un entorno político muy determinado, el del incipiente liberalismo. Esa incapacidad la condujo de forma casi irremediable a un colapso institucional que no dejó abierta otra ruta que la del exilio. ¿Fue suya toda la culpa? Isabel Burdiel cree que tuvo mucha culpa de su fracaso, pero no toda la culpa.
Nuestra autora analiza todo este proceso. Primero, el entorno en el que se produce su designación como heredera, con la primera guerra carlista como fondo. Un entorno, el de palacio, controlado por la reina regente, María Cristina, impregnado de ideas absolutista aunque se vea obligado a apoyar la causa liberal para defender el trono de Isabel. Luego, todo el entramado de la formación de la futura reina, por llamarlo de alguna manera, pues la más absoluta frivolidad e improvisación domina este asunto. Sólo importala lucha de influencias para ver quién o quiénes están próximos a la futura reina y pueden ganarse su confianza. Isabel se queda sola en Palacio a los nueve años por el exilio forzado de su madre y la regencia de Espartero y eso incrementa las presiones sobre su entorno próximo para conseguir la confianza de la niña. Sigue el análisis del entorno político, con un ordenamiento constitucional que es liberal en las formas y absolutista en el fondo, con unas prerrogativas reales sobre el control de la política extraordinariamente amplias, lo que incentiva las presiones de los partidos políticos, el moderado esencialmente, por conseguir dominar la voluntad real. Los políticos desprecian a la reina que, además, es mujer, lo que les hace actuar sin escrúpulos. Sus opiniones carecen de sentido y ellos se consideraban con perfecto derecho a imponerle lo que tiene que hacer.
Isabel es declarada mayor de edad y proclamada reina a los trece años. Sobre ella recae un enorme poder político, pero no tiene ni idea de cómo ejercerlo. Resulta verdaderamente patética la escena que relata Isabel Burdiel sobre el primer acto de gobierno de Isabel y que se produce inmediatamente después de su proclamación. Por imperativo legal, aunque meramente protocolario en el fondo, el Consejo de Ministros presenta su dimisión a la nueva reina. Isabel,a la que nadie le ha dado instrucciones sobre cómo proceder, se la acepta de inmediato. Los ministros, sorprendidos, se retiran. España se ha quedado sin gobierno y no hay otro que lo reemplace. La marquesa de Santa Cruz, camarera de la reina, se da cuenta del error y se lo comunicaa reina y ésta le contesta: “Ah sí, es verdad, pues díselo tú”. Fue la marquesa de Santa Cruz la que volvió a llamar a los ministros y en nombre de la reina les comunicó que quedaban confirmados provisionalmente en sus puestos hasta que la reina decidiera nombrar nuevo gabinete.
Isabel es un pelele en manos de todos los que la rodean. La marquesa de Santa Cruz la regaña como a una colegiala por haber recibido a tal o cual ministro sin su consentimiento; es decir, sin el de su madre, exiliada en Paris, a quien ella representa de facto y quien intenta controlar el reinado de su hija desde la distancia por vía postal. Adulada por muchos, presionada por otros tantos, manipulada por casi todos, Isabel desarrolla un carácter voluble y caprichoso, que la ignorancia más supina convierte en peligroso. El incidente Olózaga es el exponente más claro del peligro institucional que en esas condiciones supone la reina. Salustiano Olózaga, un político progresista, se gana la confianza personal de la reina, es el primero que la trata como una mujer y no como una niña, y le pide que firme el decreto de disolución de las Cortes como parte de la estrategia de su partido para afianzarse en el poder. La reina, inocentemente, lo hace, sin conocer las consecuencias políticas que ello supone. De inmediato, todos se vuelven contra Isabel a la que, en una especie de juicio sumarísimo secreto en palacio, le hacen redactar un documento en el que se señala que Olózaga ha conseguido la firma mediante el empleo de la violencia física. El escándalo es tremendo. Públicamente se reconoce que la reina puede ser inducida a lo que sea. En las cancillerías europeas se quedan con la boca abierta. Olózaga acaba exiliándose, pero la reina queda,a la vista de todos, comoparadigma de la estupidez y la inconsciencia y, también, de la vulnerabilidad y la impotencia personal.
Así las cosas, Isabel necesita urgentemente un hombre a su lado que la “ayude” a gobernar, pues en el esquema político de los moderados y por mucho liberalismo que se difunda, eso de que el rey reina pero no gobierna, no se aplica. La impulsiva adolescencia y la libertad de costumbres de la reina, de las que Burdiel sólo aporta pruebas documentales circunstanciales, lo aconseja vivamente.
No se pudo solucionar de peor manera este asunto. El elegido para esposo real no fue otro que Francisco de Asís, primo de la reina. Era absolutamente inadecuado para la vida conyugal, aunque de esto tampoco hay rastro documental. Sí lo hay de la inmediata desavenencia de la pareja, que hace vida separada desde el primer momento de matrimonio. Isabel Burdiel analiza las circunstancias que llevaron a esta nefasta elección de candidato a esposo de Isabel. El juego de alianzas europeas de la época no permitió inclinarse por alguno de los posibles pretendientes italianos o alemanes y sólo quedó la opción casera de Francisco de Asís como fórmula para no molestar a ninguna de la potencias.
A partir de ese momento, la vida íntima de la reina se convierte en la famosa “cuestión de palacio”, eje de todo el chismorreo sobre el que han girado decenas de libros y relatos sobre Isabel. La “cuestiónde palacio” existió, ciertamente. Las relaciones extramatrimoniales de la reina la colocaron en una situación de enorme fragilidad política que fue aprovechada por todos de forma implacable. La inestabilidad de la pareja real, con toda una serie de embarazos de por medio, generaba una complejísima inestabilidad política. La predilección personal de la reina por el general Serrano, con enormes ambiciones políticas, lo complicaba todo aún más. La reina era burdamente chantajeada. Primero, por su esposo, que llegó incluso a liderar una conspiración contra Isabel. Cada vez que Francisco de Asís amenazaba con materializar la separación de la pareja e irse a vivir solo a El Pardo o a Aranjuez, se conmovían los cimientos institucionales, que sólo se recuperaban cuando conseguía sus exigencias, bien dinero o influencia para sus amigos políticos. Luego, por todos los políticos que buscaban inclinar su voluntad hacia sus intereses partidistas. A costa de pisotear la reputación de la reina y de contaminar para siempre su imagen pública, como señala Burdiel, los moderados, con el apoyo del ejército, desplegaron un control total de la corona, que pasó de secuestrable a secuestrada políticamente. Y todo en aras de eliminar esa crónica inestabilidad política, que muchos atizaban como un peligro inminente para la supervivencia dinástica. El precio que se pagó por acabar con la “cuestión de palacio” fue la amenaza constante de la revolución como manera de cambiar el rumbo de la política.
La revolución llegó, en 1868. Isabel Burdiel señala dos causas esenciales por las que Isabel perdió su trono. No supo convertir a la corona en el referente moral de su pueblo y no supo ser el referente constitucional. Una cosa fue culpa suya y la otra de su entorno.
Personalmente, no estoy muy de acuerdo con este planteamiento. Por muy irregular o, incluso, escandalosa, que fuese su vida personal, lo cierto es que la reina nunca perdió el apoyo popular. Isabel II fue tremendamente popular. La corona nunca estuvo en peligro de desaparecer por falta de apoyo en la calle. Cuando Isabel cae en 1868 lo hace, en mi opinión, porque la conspiración, el asalto al poder, es la única forma de conseguir el cambio político en un entorno que ha destruido los principios esenciales de liberalismo con ese maridaje entre políticos hambrientos de poder, de todo el poder, militares y una reina que se ha dejado enredar, por su propia incompetencia, en esa trama. La revolución del 68 no derriba a la corona, sólo quita de en medio a Isabel como lastre para el desarrollo político. Inmediatamente se busca a otro rey, Amadeo; la república es fugaz y pronto se recupera la normalidad con Alfonso. Respecto a la falta de referencia constitucional, habría que analizar con mucho más detalle todo el entramado constitucional de su reinado; la vigencia real de los principios constitucionales; el nivel de desarrollo de la conciencia democrática y la pervivencia de los principios políticos y filosófico sobre lo que debía ser el poder real.
El libro de Isabel Burdiel es realmente interesante. El uso sistemático de fuentes de primera calidad le proporciona una consistencia intelectual impresionante. Nada se da por supuesto, toda conclusión es fruto de un análisis sustentado en datos documentales.
Nos deja, sin embargo, con la miel en los labios. El relato biográfico termina en 1854: la Vicalvarada. Burdiel le otorga categoría de acontecimiento esencial en la vida de la reina, una especie de final de ciclo vital esencial, como para justificar un punto final a la hora de explicar cómo ejerció su poder Isabel II. Más allá apenas hay nada que reseñar. Creo, personalmente, que fue un hito más que acentuó el secuestro de la reina por otros militares y otros políticos. Más de lo mismo. Los catorce años que restan para su derrocamiento sí que fueron, en mi opinión, verdaderamente esenciales para comprender las causas de su caída. No acierto a comprender este brusco final, como no sea por las prisas editoriales por presentar en libro en 2004, año del centenario de la muerte de la reina. De todas formas, un libro muy recomendable.
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